Por: Faiver Eduardo Hoyos Pérez
Opinión
Llega diciembre y con él ese aroma navideño que despierta los sentidos, las luces que adornan las calles, las melodías que suenan en cada rincón, el abrazo de quienes amamos. Hay algo en este mes que detiene el tiempo, que nos obliga a mirar hacia adentro y preguntarnos qué hemos sembrado durante el año que termina. Para muchos, diciembre es sinónimo de alegría y unión; para otros, representa un recordatorio doloroso de lo que ya no está.
Confieso que pertenezco al grupo de quienes esperan esta época con el corazón abierto, pese a las espinas de la vida, me alegra llegar a celebrar una Navidad más junto a mi familia, especialmente al lado de mi hija, cuya sonrisa ilumina cada rincón de nuestro hogar más que cualquier árbol adornado. Sin duda, este mes me regala la posibilidad de pausar lo cotidiano y de creer genuinamente que el mañana será mejor.
Sin embargo, sería ingenuo ignorar que no todos comparten este sentimiento; hay quienes enfrentan estas fechas con el peso de una silla vacía en la mesa, con la ausencia que ninguna luz puede llenar. Están también aquellos que batallan contra una enfermedad, quienes atraviesan dificultades económicas o algún problema que los agobia, para ellos, diciembre es resistencia o simplemente un mes más.
A quienes cargan con el dolor silencioso de una pérdida reciente o antigua, que enfrentan la enfermedad con valentía o que simplemente sienten que esta época les pesa más de lo que pueden soportar, les envío un mensaje de fortaleza. La vida, con toda su complejidad, nos enseña que el dolor y la esperanza pueden coexistir. Al final no se trata de fingir alegría ni de negar las lágrimas; se trata de permitirnos sentir, de honrar lo que hemos perdido mientras encontramos pequeñas razones para seguir adelante.
Esta época del año nos invita a reencontrarnos con nosotros mismos, con nuestra familia, con aquellos recuerdos que guardamos. Por ello, es tiempo de mirar a los ojos a quienes amamos y decirles lo que tantas veces callamos, es momento de tender la mano a quien la necesita, de comprender que detrás de cada rostro hay una historia que desconocemos.
El 2026 se asoma en el horizonte como una página en blanco, aún no sabemos qué escribirá el destino en ella para cada uno, pero sí podemos elegir la tinta con la que queremos marcar nuestros días. Que sea con gratitud por lo vivido, con coraje para enfrentar lo que venga, y con la certeza de que mientras haya vida, habrá posibilidad de renacer, porque al final, eso es diciembre, un recordatorio de que, entre luces y sombras, la vida es una sola y merece ser celebrada. Por eso desde este espacio les digo que buena cara, corazón abierto y la esperanza intacta.