Por: Manuel Córdoba
Opinión
Mas allá de la conmemoración del nacimiento de Jesucristo, hecho central que enmarca nuestra tradición navideña, y de ser una época de compartir en familia, entre amigos y allegados, de entregar regalos, degustar de los buñuelos y la deliciosa natilla, rezar la novena, cantar villancicos y comer “noche buena” hasta la saciedad, el nacimiento del niño Dios debe entenderse como la materialización del acto de amor más profundo del creador hacia la humanidad, al hacer también humano a su hijo Jesucristo, quien así convertido vivió en carne propia toda suerte de padecimientos, dificultades y luchas, para enseñar al ser humano a entregar su amor al prójimo, como mensaje central en su evangelio.
No obstante, pareciera ser que esa enseñanza de Jesús, tan en sintonía con el mas elemental sentido común humano, que dicta que debemos amarnos como hermanos, como miembros de una misma especie, cada día se quedara más en el olvido, y que sentimientos como la rabia, el odio, el egoísmo, la envidia, la intolerancia y la apatía por el dolor ajeno, determinaran la condición humana, dando la razón a posturas filosóficas que pregonan que el hombre es malo por naturaleza, de las cuales humildemente disiento radicalmente.
Mas allá de toda la significación de la navidad, expuesta líneas atrás, y de la carga de fe que la misma encierra, esta época es propicia para reflexionar sobre el papel que como personas jugamos en la familia pero sobre todo, en la sociedad; si como seres humanos decidimos guiarnos por “actos de amor” en cada una de las acciones que realizamos o si por el contrario, le cedemos el control de nuestras vidas a sentimientos negativos que nos llevan a despreciar y a destruir a nuestros semejantes.
No es normal que en una sociedad, la discusión pública y el debate político giren en torno a concepciones que hacen de la violencia su propuesta central, y el resaltar lo negativo del “otro” su argumento más fuerte, dejando de lado iniciativas que conlleven soluciones reales a las tan variadas problemáticas sociales de nuestros días, pero sobre todo, que nos conduzcan a reconciliarnos como sociedad, a entendernos en medio de las diferencias, a apreciar la bondad de contrastar nuestras ideas con quienes piensan de manera diferente, pero sobre todo a respetar esas diferencias y a comprender que la democracia no está en peligro por el hecho de que existan gobiernos de “derecha, de centro o de izquierda”, pero que si la volvemos débil, cuando limitamos la posibilidad de expresión de esas diversidades a través de los canales democráticos y que más allá del debate ideológico, lo político debe orientarse por un sentido practico que responda al constante grito desesperado de la sociedad que clama por soluciones concretas y tangibles.
Feliz, compartida y reflexiva navidad, y que abunde lo bueno en el año que nos espera!