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El reality show del “Cambio”

Por:Jesús Ernesto Álvarez Ospina

El gobierno del “Cambio” llegó con la promesa de transformar las instituciones y erradicar la corrupción, pero a medida que pasan los meses, los escándalos se multiplican, dejando al país sumido en la frustración y el escepticismo. Semana tras semana, los colombianos somos testigos de nuevos episodios que manchan la credibilidad de las altas esferas del poder.

Esta semana, por ejemplo, se destapó un nuevo capítulo en esta novela de irregularidades: Ricardo Bonilla, exministro de Hacienda, denunció a Ricardo Roa, actual presidente de Ecopetrol, y a Nicolás Alcocer por presunta injerencia indebida en la hidroeléctrica de Urrá. Como si esto no fuera suficiente, el presidente Petro le pidió la renuncia al mismo Bonilla el miércoles 4 de diciembre, alimentando aún más las sospechas sobre lo que realmente ocurre tras bambalinas.

Este no es un hecho aislado. La familia presidencial también ha sido señalada en repetidas ocasiones. Nicolás Petro, hijo del presidente, enfrenta investigaciones por lavado de activos y enriquecimiento ilícito, una mancha que inevitablemente salpica la imagen de un gobierno que prometió transparencia. Y no podemos olvidar otros casos, como los relacionados con la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGDR) o la Agencia Nacional de Tierras, que siguen siendo ejemplo de cómo el poder se desvía de su propósito original.

Lo preocupante de esta situación no es solo la magnitud de los casos, sino el contraste con las promesas iniciales. El “Cambio” parecía ser una oportunidad para restaurar la confianza en las instituciones, para demostrar que el poder podía usarse con responsabilidad y ética. Pero la realidad ha mostrado que, más allá de los discursos, las prácticas corruptas siguen enquistadas en el sistema.

Es esencial que la ciudadanía exija explicaciones claras y que las investigaciones avancen con independencia y rigor. Los colombianos no podemos permitir que la impunidad y la opacidad sigan siendo la norma. Un verdadero cambio no puede medirse por los discursos o las promesas, sino por los actos concretos que garanticen un gobierno honesto y eficiente. Hasta ahora, ese cambio parece más un espejismo que una realidad.

El país necesita respuestas, pero, sobre todo, necesita acciones contundentes. Porque la corrupción no solo traiciona las promesas de un gobierno, sino que roba las oportunidades y la esperanza de todos los ciudadanos.

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