Por: Jorge García Quiroga
El ego del poder es un fenómeno que puede afectar a todas las personas que tienen algún tipo de autoridad, desde los lideres comunales hasta el presidente de un país. No importa cuán grande o pequeño sea el cargo, siempre existe el riesgo de que el deseo de controlar y ser reconocido se convierta en una obsesión.
Este ego puede llevar a tomar decisiones sin escuchar a los demás o a aferrarse al cargo sin dejar espacio para nuevas ideas. Los líderes, al obtener poder en sus comunidades, a veces se olvidan de que su verdadero trabajo es servir a la gente y no mantener una posición de influencia personal. El ego puede hacer que se crea que siempre se tiene la razón, desconectando a los líderes de las necesidades reales de la sociedad.
El ego del poder no solo afecta a los líderes electos, incluidos miembros de corporaciones públicas; también puede ser un problema para los funcionarios y secretarios de despacho. Aunque no son los máximos responsables, tienen un poder considerable en sus áreas, y eso puede llevarlos a sentirse indispensables o a creer que su tiempo en ese puesto nunca terminará. Esto puede hacer que actúen de manera autoritaria, sin estar dispuestos a escuchar otras opiniones o a realizar cambios necesarios.
El gran peligro del ego es que puede hacer que los líderes se crean invencibles. Cuando esto sucede, dejan de escuchar a los demás y toman decisiones basadas solo en su propio interés o en su necesidad de mantener el control. Esto genera un ambiente de desconfianza, división y, muchas veces, de injusticia.
Cuando el ego se apodera del poder, la democracia se debilita y la participación de la gente pierde fuerza. Los líderes, rodeados solo de personas que los adulan, dejan de cuestionarse y se alejan de las necesidades reales de la sociedad. Esto destruye los principios fundamentales de cualquier sistema democrático, porque el poder deja de ser una herramienta para servir a la gente y se convierte en un fin en sí mismo.
Es importante recordar que el poder es siempre temporal. Ningún cargo es eterno, y quienes lo ejercen deben ser conscientes de que su tiempo en ese puesto tiene un límite. El ego puede hacerles olvidar esta realidad, pero, en algún momento, deberán rendir cuentas por sus acciones. El verdadero liderazgo se basa en la humildad, en la capacidad de escuchar a los demás y en la disposición de servir a la comunidad, no en aferrarse al poder a toda costa.
El ego del poder es una trampa que afecta a todas las personas con autoridad, desde los líderes más pequeños hasta los presidentes. El poder no debe ser algo para aferrarnos, sino una responsabilidad que debemos usar para mejorar la vida de los demás. Cuando dejamos que el ego se apodere de nosotros, perdemos el propósito de servir, y el poder se convierte en un obstáculo para el bienestar de la gente.