Por: Carlos Ernesto Álvarez Ospina
La construcción de la doble calzada en la Ruta 45, que conecta Neiva con San Agustín, ha resultado ser un obstáculo para el turismo, el comercio y la economía del sur de Colombia, en lugar de la solución que se esperaba. Lo que debería ser una vía para el progreso ha generado demoras de entre 8 y 12 horas, según denuncian empresarios del turismo, convirtiendo lo que solía ser un atractivo viaje en una odisea extenuante. Este impacto directo desincentiva la llegada de turistas a San Agustín y al sur del Huila, uno de los destinos más emblemáticos del país y de América por su riqueza arqueológica y cultural.
Es justo reconocer y felicitar la inversión realizada en nuestras vías. No cabe duda de que cualquier avance en infraestructura es necesario y positivo para el desarrollo de una región que ha estado históricamente rezagada. Sin embargo, es importante detenerse a reflexionar sobre cómo se planea esta inversión, para que no se convierta en una solución temporal que, en pocos años, vuelva a quedar insuficiente frente al crecimiento del tráfico y las necesidades de la región.
La crisis actual no es solo de infraestructura, sino de visión. En un mundo donde el desarrollo sostenible y la planificación a largo plazo son fundamentales, parece inconcebible que sigamos construyendo infraestructuras que en pocos años serán insuficientes. La pregunta que surge es: ¿por qué no pensar más allá? ¿Por qué no proyectar una tercera calzada desde el inicio y anticiparnos al crecimiento que inevitablemente demandará la vía en las próximas décadas?
El gremio turístico del centro y sur del Huila enfrenta pérdidas significativas. Las largas demoras y la incertidumbre en los tiempos de viaje disuaden a los turistas, especialmente aquellos que viajan por tiempo limitado. En un país donde el turismo debería ser uno de los motores económicos, estamos sacrificando destinos clave por falta de planeación. Esto no solo afecta a los hoteles y restaurantes de la región, sino a toda la cadena de valor: transportadores, guías turísticos y pequeñas empresas que dependen del flujo constante de visitantes. Es una cadena rota que tarda años en recuperarse, incluso después de que las obras hayan concluido.
No es la primera vez que en Colombia nos enfrentamos al dilema de infraestructuras que nacen obsoletas. Construir una doble calzada puede parecer suficiente hoy, pero si no proyectamos hacia 30 o 50 años, pronto tendremos una vía saturada que requerirá nuevas intervenciones. Cada vez que esto sucede, no solo se afectan las comunidades locales, sino también el transporte de mercancías y la conectividad del sur del país con el resto del territorio nacional.
El sur de Colombia, rico en cultura y potencial económico, merece algo más que soluciones cortoplacistas. Una tercera calzada podría garantizar capacidad suficiente para el crecimiento del tráfico en el futuro, evitando no solo nuevas obras, sino también los altos costos económicos y sociales que estas implican.
Invito al gobierno nacional a repensar su enfoque. Proyectar infraestructuras para el futuro no es un gasto innecesario, sino una inversión estratégica. Pensemos en los desafíos del mañana y construyamos soluciones duraderas. El turismo, el comercio y el transporte no pueden seguir siendo los sacrificados en el altar de la improvisación. La Ruta 45 debe convertirse en un ejemplo de visión y progreso, no en un recordatorio de cómo el desarrollo mal planificado puede frenar el potencial de una región entera.
San Agustín y el sur de Colombia no pueden esperar más. Es hora de construir con ambición, celebrar los avances actuales, pero también mirar más allá del horizonte inmediato.