Por: Luis Ernesto Salas Montealegre
Economista, especializado en Planeación Regional y Urbana
Opinión
Imagina esto: Adolf Eichmann, el tipo que ayudó a organizar el Holocausto a Hitler, no era exactamente el villano de una película de Marvel. No tenía un traje oscuro ni un plan malévolo con risa diabólica, mejor dicho, no era Tanos. No, Eichmann era más bien el típico oficinista que te encuentras en el ascensor y que solo piensa en cumplir con su jornada laboral. Hannah Arendt lo llamó la “banalidad del mal”: el mal no siempre es dramático; a veces es tan mundano que da pereza. Y ahí está el problema: cuando el mal se disfraza de rutina, nos volvemos cómplices sin darnos cuenta.
Piensa en tu vecino que tira la colilla del cigarrillo por la ventana del carro. “¿Qué importa una colilla?”, dirá él, mientras el mundo arde literalmente en contaminación. O en ese compañero de trabajo que siempre hace chistes ofensivos. “Es solo una broma”, dirá, mientras contribuye a normalizar el odio. Pequeñas acciones, sí, pero que, sumadas, hacen que el mundo sea un poco más feo. El mal no necesita un ejército; le basta con un montón de gente que dice “total, ¿qué más da?”.
Y luego están las estructuras de poder, que son como ese jefe tóxico que te hace hacer cosas que no quieres. “Es la política de la empresa”, te dicen, mientras te conviertes en un engranaje más de la máquina. El experimento de Milgram lo demostró: la gente normal está dispuesta a hacer cosas horribles solo porque alguien con autoridad les dice que lo hagan. ¿La excusa? “Yo solo cumplía órdenes”. Clásico.
Pero aquí está la buena noticia: si el mal puede ser banal, el bien también puede serlo. Cada vez que recoges esa colilla del suelo, cada vez que llamas la atención a tu amigo por ese chiste de mal gusto, estás haciendo que el mundo sea un poquito mejor. No necesitas capa ni superpoderes; solo un poco de conciencia y la voluntad de no ser un simple espectador.
Así que, la próxima vez que te digan “no te metas” o “eso no es problema tuyo”, recuerda: el mal no es solo cosa de villanos de película. A veces es tan aburrido que ni lo notas. Y tú, con tus pequeñas acciones, puedes evitar que se cuele en el día a día. Porque, al final, el mal no es tan poderoso; solo es muy, muy insistente. Y eso, querido lector, es algo que podemos cambiar.