Por: Luis Ernesto Salas Montealegre
Opinión
El turismo social es esa forma de viajar que no solo busca fotos bonitas, sino que deja huella en las comunidades. En vez que el dinero se pierda en plataformas internacionales como Airbnb, se queda aquí, en el corazón del Huila, impulsando a los campesinos, artesanos, guías y cocineras que le dan sabor y alma a cada recorrido.
¿Te aburre esa típica foto en el mismo mirador donde todo el mundo posa igual? Si tu alma de viajero pide algo más que una postal repetida, el departamento del Huila tiene la respuesta, y no, no es en un lugar saturado de gente.
Es una especie de ‘arte ancestral’ donde el viajero no solo se beneficia, sino que también deja un rastro de prosperidad y buen rollo.
Porque seamos sinceros: ¿quién quiere una arepa de panadería cuando puedes probar la de ‘Doña Rosita’? Y no me refiero a cualquier Doña Rosita, sino a la de verdad, la que te cuenta su historia, te enseña sus secretos culinarios y de paso te recuerda que la vida es más bonita con una arepa recién hecha en la mano.
Y para que no te quedes solo con el sabor, aquí te muestro cómo el Huila ha perfeccionado este arte.
Imagina que, en vez de reservar un cuarto anónimo en internet, duermes en una finca cafetera de San Agustín, desayunas con caldo campesino recién preparado y antes de salir a explorar los senderos de guadua, el abuelo de la casa te cuenta la leyenda del río Magdalena.
O en Cerro Neiva que no solo te invitan a una ruta de café sino a un ritual, un conocimiento ancestral que te enseña a honrar cada grano, mientras te cuentan historias de sus abuelos.
Y si lo tuyo es la naturaleza en su máxima expresión, en El Chapuro no te llevan a ver pajaritos, te guían en una expedición de avistamiento de aves y senderismo de montaña para que descubras que la música más hermosa no sale de un parlante, sino del cantar de las aves.
¿Quieres desconectarte del mundo, literalmente? En La Laguna te enseñan que la pesca artesanal es una meditación con final feliz, y que el mejor Wi-Fi es una buena charla al lado de un lago.
Es el lugar perfecto para descubrir que la mejor fiesta es la que se arma espontáneamente en medio de la naturaleza.
Si eres de los que prefiere el ‘arte’ con las manos, en Pitalito te invitan a un taller de artesanía en barro y arcilla, para que dejes de comprar souvenirs de plástico y aprendas a crear tu propia obra de arte.
Y no te olvides de Quebrada Verde, donde te sumergen en el maravilloso mundo de la apicultura y producción de miel. Una experiencia que te enseña que el trabajo duro y la dulzura pueden ir de la mano.
En Asafram, en la vereda Contador, cerca de Pitalito, descubres que la gastronomía campesina no es solo comida, es el amor de la tierra hecho plato.
Con el turismo social ganamos todos.
La comunidad: los ingresos quedan en manos de familias huilenses.
El viajero: vive experiencias auténticas, de esas que no se olvidan ni con mil selfies.
El planeta: parte de lo que pagas ayuda a conservar bosques, nacimientos de agua y senderos naturales.
La Gobernación, las alcaldías y las cámaras de comercio deben explorar cómo apoyar a los clústeres turísticos de cada vereda y municipio, para que los propios habitantes administren sus rutas, precios y reservas.
Pero la chispa la enciendes tú: cada vez que eliges un hospedaje comunitario, una guía local o una experiencia hecha por manos huilenses, estás diciendo “sí” a un Huila más próspero y sostenible.
Así que la próxima vez que elijas un viaje, pregúntate: ¿quiero ser uno más del montón o quiero ser un héroe que, con un par de reservas, ayuda a preservar un conocimiento ancestral, un plato, una tradición? El turismo social no solo mueve personas, mueve la esperanza y la conciencia. Y, además, ¡te da una excusa para subir a tus redes sociales que eres un ser humano increíble!
