Por: Edwin Renier Valencia Rodriguez
Opinión
Cada día parece más difícil mantener la calma. Basta salir a la calle o abrir las redes sociales para sentir el pulso de una sociedad cada vez más tensa, más impaciente, más intolerante. Nos cuesta escuchar, dialogar, esperar. La economía aprieta, el costo de vida sube, los ingresos no alcanzan y las oportunidades parecen escasas. Y en medio de todo eso, lo que más se erosiona es algo que no tiene precio: la confianza en los demás.
Vemos discusiones por un turno, por un comentario, por una opinión distinta. Familias que se distancian por política. Vecinos que ya no se saludan. Jóvenes frustrados, adultos agotados y mayores preocupados por el rumbo del país. Pareciera que todos estamos cansados y con razón.
Pero también es cierto que en medio de la dificultad se revela quiénes somos. Este no es un momento para rendirse, ni para dejar que la rabia o el miedo nos definan. Es un momento para recordar que las sociedades que progresan no son las que tienen menos problemas, sino las que enfrentan sus retos con más solidaridad, más trabajo y más esperanza.
La intolerancia no se vence con más intolerancia. Se vence con ejemplo, con empatía, con la decisión consciente de construir y no destruir. Cada vez que elegimos ser amables en lugar de reactivos, que cumplimos lo que prometemos, que trabajamos con honestidad y sin atajos, estamos cambiando algo, aunque parezca pequeño en nuestro entorno.
La situación económica pasará, como han pasado tantas crisis. Lo que no puede pasar es nuestra voluntad de salir adelante. Porque el país que soñamos no se construye en los discursos, sino en la cotidianidad: en el trabajo bien hecho, en la palabra cumplida, en la confianza recuperada.
Hoy más que nunca, necesitamos elegir bien: elegir ser mejores, elegir trabajar, elegir creer que vale la pena. Porque el verdadero progreso no comienza en los gobiernos, sino en cada uno de nosotros.
¿Qué opinas? Feliz semana. #uncaféconvalencia
